La hija de mi vecina
ni llora ni hace pucheros
tiene la expresión tranquila
y los ojos tiernos.
No tiene edad todavía
de sufrir por contratiempos
los gritos y los lamentos
se los deja a los expertos.
No ha pasado más fatigas
ni tiene más picardía
que la que pueda reunirse
a los tres años y un día.
Pero su mirada es sabia,
(ni se queja ni se fía)
y para hacer que la entiendas
no le hace falta ni labia
ni vana palabrería,
le basta con sus andares
de princesa prometida.
Y si tienes un mal día
ni aconseja ni pregunta
se acerca a ti despacito
con apariencia de duda
(aunque en realidad no duda)
y va y se sienta a tu lado
sin más urgencia ni prisa
que la que pueda reunirse
a los tres años y un día.
Y en silencio y sin agobios
te brinda su compañía
sabe que esa es la receta
más segura y efectiva
porque su madre es soltera
y nadie le ha regalado
nada en la vida.
Y está acostumbrada a verla
con el agua al cuello
tras la jornada completa
el pelo hecho una coleta
las marcas negras
de las ojeras
la ropa puesta
sin más criterio
que llegar a tiempo
y una sonrisa en la cara
sin más criterio
que entender que los afectos
a veces son más valiosos
con el agua al cuello.
Me la encuentro en el rellano
tal vez espere a su madre
que llega tarde.
No parece preocupada
nunca parece estarlo
ha aprendido a estar un rato
consigo misma
ha aprendido que no es malo
que la soledad es sana
y aprenderlo le ha ayudado
a forjar ese carácter
tan seguro y reposado.
Ha aprendido que los días
son muy cortos o muy largos
pero todos tienen algo
que merece ser probado,
y los imprevistos surgen
y a veces vienen los llantos
más dulces o más salados
pero siempre limpian algo
que tiene que ser llorado.
Todo eso es lo que ha aprendido
la hija de mi vecina
antes de los cuatro años.
Me la cruzo en el descanso
tal vez buscando a su hija,
y pueden imaginarse
si ha educado así a la niña
y la niña mira así
sabia y tierna al mismo tiempo
cómo mirará la madre
que hace que la vea venir
y me tiemble todo el cuerpo.
(Texto: Mario Herrero. Imagen: Vladimir Iologov).