La idea de asistir a la presentación del nuevo libro de Carlos Galilea (presentador de “Cuando los elefantes sueñan con la música” en Radio 3, periodista y crítico musical experto en música brasileña), que trata sobre la historia e intercambio cultural de la guitarra española con la brasileña, con prefacio de Gilberto Gil, y con una charla-coloquio-concierto en la que colaboraron los guitarristas Víctor Monge "Serranito" y Jayme Marques, además del productor y compositor Javier Limón… pues, qué queréis que os diga, para los amantes de la guitarra ya prometía.
Fue una presentación completa y muy humana, en la que un Carlos Galilea, nervioso (según confesó) pero con tablas y recursos de sobra, hizo por un lado de autor y presentador de su obra, en un tono cercano, adornando sus amplios conocimientos con anécdotas divertidas y representativas de su libro, y por otro lado de entrevistador, conversando acerca de las guitarras flamenca y brasileña con Javier Limón, que hizo gala también de una naturalidad tan auténtica que es sólo posible en el que sabe de verdad, y sabe que sabe y sabe por qué sabe.
El broche final lo pusieron las guitarras de Jayme Marques y Víctor Monge “Serranito”, y fue precioso (y a la vez impresionante) verles a los dos subirse una vez más al escenario, como en familia, como si nada, y querer una vez más mostrar a su público todo lo que han logrado hacer y acumular durante décadas de carrera y siguen haciendo y acumulando. Comenzó Jayme Marques, con un par de bromas y un par de piezas plagadas de esas armonías que utilizan los brasileños, siempre dulces, a veces más tristes y a veces más alegres, pero siempre dulces, y esos acordes tan distintos, tan complejos, tan mágicos… Luego le siguió Serranito, en esta ocasión los acordes eran (lógicamente) flamencos, y eso no siempre es dulce, son acordes más oscuros, más tensos… pero, en este caso, a la vez, eran acordes que nos envolvían (según él mismo expresó) en el agua, en la belleza pero a la vez el misterio del agua, un homenaje a la sierra de Cazorla, de donde nace el Guadalquivir. Y es asombroso ver sus manos, sus prodigiosas y diferentes técnicas y su expresividad, su emotividad interpretando. Al verle en acción te das cuenta de que su innovación técnica no es virtuosismo sin sentido, es virtuosismo necesario, técnicas y posiciones creadas para sacar sonidos que si no no podrían sacarse, son técnicas al servicio de la música, de la creación.
Y, en fin, al igual que la presentación de “Guitarras Atlánticas” nos puso en situación, y nos hizo recrear, revivir y vivir en primera persona diferentes culturas de la guitarra, el propio libro es exactamente lo que hace.
Ahora que lo he leído estoy completamente seguro de que nada de lo que diga puede ser más exacto ni más bonito que lo que dice sobre él el guitarrista Turibio Santos: “Este libro tiene un valor enorme porque trata la música y a los músicos dentro de un contexto. De no ser por esas pinceladas, un joven verá la guitarra como un trozo de madera con cuerdas, sin darse cuenta de que tiene en sus manos una máquina del tiempo”.
Y es que esa es una de las capacidades más maravillosas de la guitarra: te transporta. En el tiempo y (añado, un pequeño matiz sobre el perfecto comentario de Turibio) en el espacio. Toda la música te transporta, sí, es cierto. Es una de sus cualidades más hermosas. Que, como toda cultura tiene sus propias músicas, con sólo oír un par de melodías puedes viajar rápidamente a China (escalas pentatónicas) a Andalucía (cadencia andaluza, rasgueos), a Irlanda (en fin, qué sé yo, violines en tono mayor a todo trapo), y a cualquier parte del mundo. Sí, por supuesto, la música puede llevarte de golpe a otras culturas, sumergirte en ellas en segundos. La música no es sólo una experiencia sonora, sino también cultural y étnica. Cualquier instrumento puede hacerte vivir esa sensación de viaje.
Pero la guitarra más.
Lo afirmo sin miedo a equivocarme.
¿Por qué?
Porque el piano, la flauta, el fagot, o cualquier otro, se han llevado a la orquesta, se han academizado, y se ha buscado en ellos que interpreten preciosas y complejas creaciones, obras maravillosas… que son creaciones diseñadas específicamente. Dicho de otra forma, creadas aposta para ser representadas.
Pero la guitarra, por los dos motivos principales que señala Gilberto Gil en el prefacio (es capaz de albergar todos los asuntos de la expresividad musical, la melodía, la armonía y el ritmo a la vez, y, además, es fácil de transportar físicamente), ha sido siempre el instrumento de los pueblos. Las obras no las componían personas; las componían pueblos enteros. Eran y son resultado directo de las culturas, de lo que surgía y surge al mismo tiempo a miles de personas afectadas por un mismo clima, política e historia, y que conviven e interactúan entre ellas con una personalidad colectiva concreta. Eso hace que la guitarra española sea totalmente diferente a la guitarra, por ejemplo, de Nueva Orleans, y que la guitarra portuguesa suene a mar en calma y a despedida triste en el puerto, y que la guitarra cubana suene a playa, a fiesta, a ritmo que se te pega en el cuerpo. La guitarra no sólo suena bien o mal, suena a países, suena a ambientes, te lleva a México, a Argentina, a Nápoles…
¿Significa esto que el piano o la flauta no pueden transformarte, que no los puede usar el pueblo para representar sus usos y costumbres? Sí, puede hacerse… Pero con la guitarra se ha hecho de manera natural durante siglos, porque, a diferencia de la flauta, puede acompañar a un cantante, y, a diferencia del piano, puede llevarse al parque todas las tardes. Algunas culturas se han valido de acordeones o violines para sus músicas populares, otras de percusiones… pero prácticamente todas de guitarra. Es la solución perfecta. La música mexicana es la guitarra mexicana, la música argentina es la guitarra argentina… todo lo que suena a una sociedad y te traslada a ella es porque allí hubo durante cientos de años cientos de personas cantando canciones y tocando la guitarra.
Es importante resaltar todo esto porque, para mí, es lo más valioso que nos aporta el libro Guitarras Atlánticas. Es un libro lleno de conocimiento, que nos habla de las guitarras de Brasil y de España, sus historias, sus contextos, sus compositores e intérpretes. Pero es también un libro lleno de amor por la guitarra, que nos hace comprender esos contextos, sentir empatía por esos pueblos y esas tradiciones, por esas historias y personas.
Yo no sabía nada de la guitarra de Brasil ni de Portugal (que también aparece) hasta que leí este libro. Tenía el concepto de guitarrista brasileño bien claro, así, como estereotipo, pero nada más. Del guitarrista portugués, ni eso. Y ahora me he enamorado perdidamente del fado, me siento identificado con sus motivaciones y con lo que expresa, y no paro de querer saber más, y he empezado a escuchar los discos de Amalia Rodrigues uno a uno, y a la vez me fascino con las armonías y la riqueza musical de los brasileños, y me he puesto a escuchar a Baden Powell, a Joao Gilberto, y quiero saber más y entender más, porque cuanto más entiendes algo más te gusta.
Y pienso que con un solo lector que lea Guitarras Atlánticas y sienta el deseo de acercarse más a las músicas que no conocía, este libro ya habrá triunfado.
Guitarras Atlánticas es un libro que hace que los amantes de la guitarra quieran conocer vertientes de ésta que no conocían, o que los amantes de la música quieran conocer la guitarra, o que los curiosos y los amantes del conocimiento, así en general, quieran tener nuevos conocimientos a los que amar.
Y, digan lo que digan, el amor y el conocimiento siempre son buenos.