Me llamo Mario, soy guitarrista flamenco, y no me drogo. Como no se droga casi ninguno de nosotros. Ni los cantaores, ni los bailaores, ni los percusionistas. Eso está claro. Quién sepa lo inmensamente difícil que es tocar flamenco sabrá que es imposible hacerlo bien bajo los efectos de una sustancia que altere la conciencia. Sin embargo, mis amigos que están fuera del entorno flamenco no paran de hacer bromas conmigo sobre si no voy a volver vivo por la noche o si ya me he enganchado a la coca o no sé qué más. Hasta ahí bien, los chistes son chistes, y en su contexto y hacia la gente que sabe que no estás hablando en serio, me parecen bien. Los mismos flamencos hacemos un montón de bromas al respecto. No pasa nada.
Pero, ¿de dónde viene esta relación entre el flamenco y las drogas, para que se hagan tantas bromas con ella y haya tanto cliché y tanto estereotipo al respecto? Los clichés y los estereotipos no vienen de la nada. Son exagerados, pero no aleatorios. Efectivamente, ha habido siempre (y, por desgracia, sigue habiendo) una relación muy estrecha entre el flamenco y la droga. ¿Por qué? Pues porque el flamenco, como otras muchas músicas populares, ha surgido y se ha desarrollado en entornos de extrema pobreza. Y la pobreza va unida a la droga. No traten de buscarle una explicación más compleja. Así ha ocurrido con el blues, con el jazz y con sus hijos, la música rock y mod. No hablemos ya del rap o del hip hop. Son músicas que vienen de los pobres, de entornos sociales donde faltan medios e información. Y en esos entornos hay más droga. Y lo curioso es que cuando les das grandes sumas de dinero, repentinamente, a personas procedentes de esos entornos, empiezan a moverse todavía más en la droga. Porque, si las condiciones de extrema pobreza van asociadas a la droga, las condiciones de extrema riqueza la verdad es que también.
A día de hoy, el flamenco ha cambiado mucho y su relación con la droga no es tan real como la pintan. El acceso al flamenco es más fácil y está más extendido, se ha academizado y formalizado, y además se ha complicado bastante. Subir borracho o colocado a un escenario a hacer los mismos dos pasos sencillos o las mismas tres letras o las mismas falsetas de pulgar durante toda la vida era posible, pero cantar, tocar o bailar tal y como se hace ahora, con tanta complejidad y preparación, requiere otra serie de cuidados de la salud.
Y, sin embargo, en tal caso, ¿por qué sigue asociándose el flamenco tan estrechamente a la droga? Y, lo que es peor, ¿por qué todavía ocurre, por qué aparecen tantos casos de artistas que se suben colocados al escenario y lían la de Dios, y siguen teniendo conciertos y recitales, y siguen haciendo lo mismo, y a todos les parece poco más que una travesura graciosa y divertida?
En primer lugar, es por el famoso mito del duende. Sin entrar en las relaciones de marketing de otras músicas con la drogadicción (que supongo que las hay, pero no las conozco en profundidad) en el flamenco se ha venido produciendo desde siempre. Me refiero a vender el mito del músico flamenco como un desharrapado y muerto de hambre, marginado del sistema, que pasa de la disciplina y de las normas, que consume droga y es irresponsable, pero que puede hacer todo esto porque tiene un duende, un talento innato que le viene del cielo solamente por ser flamenco, y que le permite no estudiar, no responsabilizarse, no pasar por el aro de la burguesía… porque está tocado por los dioses y su voz, o sus manos, o su alma, no obedecen a reglas o a imposiciones, son libres como la naturaleza, y en eso reside su genialidad. ¿Se han fijado bien en lo que digo? No es que sean geniales, y por eso puedan pasar de las normas. Eso sería un argumento bastante estúpido, pero va incluso más allá: son geniales precisamente porque pasan de las normas establecidas, y si las siguieran, perderían genialidad... No sé exactamente cómo ni cuándo se estableció este mito, aunque imagino que fue para proteger, a partes iguales, la autoestima y las posibilidades de trabajar de todos aquellos que bebían y se drogaban y llegaban tarde y mal a los escenarios. Imagino que todo esto viene de la época de los Cafés Cantantes, promovidos y financiados por empresarios que no tenían ni idea de lo que estaban vendiendo y que se iban a las cuevas y a los barrios marginales a comprar la voluntad de los artistas y se los llevaban de allí sin saber de dónde venían ni lo que iban a hacer, sólo para vender lo exótico y lo puro de su arte aún sin contaminar por la sociedad capitalista. Así sucedió que los cafés cantantes empezaron a convertirse en lugar de encuentro de proxenetas y traficantes de droga y que llevamos arrastrando la mala fama desde entonces. Me figuro que fueron todos estos personajes (que habría por aquel entonces flamencos de todo tipo, yo me refiero a los que sí que la liaban) los que empezaron a vender la moto de que es que tenía que ser así, que si querían flamenco, iban a tener que aceptar las putas y la droga y a los artistas llegando tarde y borrachos,porque en eso consistía el flamenco, consistía precisamente en eso, y, si no podían aguantar un poco de cachondeo, se iban a quedar sin flamenco. Supongo también que los empresarios, acostumbrados al numerito y al postureo circense del siglo XIX, no tuvieron ningún problema en fingir que se creían tal disparate, primero porque tenían que hacerlo porque esos primeros flamencos no tenían nada que perder y no iban a poder chantajearles con dinero, pues sí que era cierto que pasaban del dinero y de la burguesía y no tenían ningún problema en dejar los cafés cantantes y volver a la vida que conocían, y segundo, porque no sólo había que aceptarlo, sino que estos empresarios se dieron cuenta de que el cuento del duende podía reportarles incluso más dinero, era exótico, era pintoresco, los extranjeros pagarían cantidades exorbitadas de dinero por esa especie de safari a la España inadaptada, salvaje y profunda que escapaba al corsé social y burgués. Muy heroico todo.
No sé si ocurrió exactamente en esta época, si ocurrió antes, después, o si fue gradual, pero el fenómeno social ha sido siempre exactamente ese. A un nivel más consciente o más inconsciente, más individual o grupal, el engaño se ha ido gestando y se ha ido dejando gestar, y así hasta hoy. Porque en pleno siglo XXI, y camino ya de su tercera década, seguimos haciendo exactamente lo mismo. Seguimos creyendo, de alguna manera, que los hay que tienen mucho arte y que tienen que vivir así porque los genios son incapaces de vivir según las normas. Son todos esos falsos genios que se suben al escenario y de cada veinte conciertos en uno de ellos te hacen una genialidad irrepetible y en los otro diecinueve llegan tarde o no llegan o hacen el ridículo. Y el rumor extendido en el siglo XIX sigue propagándose como si tuviéramos la misma falta de información y de cultura que entonces: que son unos genios precisamente porque viven así, y que si no vivieran así no podrían cantar o tocar así. Ese es un pensamiento erróneo que se puede rebatir solamente parándose a pensar un poquito por uno mismo y conociendo los efectos del alcohol y la droga. Estados de euforia, desinhibición (¡bien, más espontáneos, más duende!) mareos, somnolencia, confusión, bajada de reflejos, ralentización de movimientos, falta de coordinación… ¿Y no sería posible que un genio de la música, si tuviera más reflejos, más coordinación, más consciencia… lo hiciera mejor? Lo que ocurre es que ha habido algunos grandes talentos de la historia del flamenco que no es que hayan tenido ese don por las drogas… lo han tenido a pesar de las drogas. Pero esos mismos genios lo habrían sido mucho más viviendo en unas condiciones de vida, de higiene y de salud dignas. Es una locura pensar lo contrario. La droga merma el cerebro, está más que demostrado científica y físicamente, te hace más descoordinado, te atonta, hace que no te enteres bien de lo que pasa. Incluso la cocaína (que es la única que, a la corta, concentra), a la larga, acaba haciendo lo mismo. Imaginen a todos esos genios drogadictos y alcohólicos de la historia del flamenco, enterándose bien de lo que pasa a su alrededor, sin estar mareados ni embotados, recordando las letras, vocalizando… ¿De verdad no creéis que lo harían mejor? Lo que pasa es que, de los drogadictos, sólo han podido saltar a la fama los genios, porque los que no fueran genios no podrían llegar a hacer siquiera una actuación sin hacer el ridículo. Entonces, de los toxicómanos, solamente han pasado a un nivel superior los más talentosos, porque los no genios ni siquiera han podido seguir. Y de los no toxicómanos se conocen muchos, muchos más casos. Y eso genera la falsa percepción de que todos los toxicómanos han sido genios. Pero, en serio, pensadlo. La droga te hace perder condiciones y facultades. Es lo único que hace. Y lo poco que te desinhibe no es suficiente para compensar el deterioro mental que te produce. Y si un genio necesita tomarse esa clase de sustancias para desinhibirse lo suficiente como para subirse a un escenario (en lugar de trabajar y desarrollar la capacidad de actuar frente al público), será que su lugar natural no está en un escenario, y que no se merece estar ahí.
Eso en cuanto al público, a los artistas y a su creencia infundada de que la droga produce genios. Por otro lado, los empresarios. Son iguales que los antiguos dueños de los cafés cantantes, dando discursos retóricos por los pueblos para avivar a las masas, con clichés, estereotipos y demás recursos vendehúmos, sólo que ahora lo hacen de una manera más sofisticada. Ahora programan conciertos, comparten vídeos y artículos, generan opinión. Generan hype, se dice, expectativa, que es lo mismo que hacer chismorrear al pueblo sobre cómo la lio el borracho la semana pasada en la iglesia, pero ahora se dice hype. Lanzan y relanzan a todos estos artistas consumidos por la droga, se encargan de levantarlos cada vez que se caen, porque saben que producen conversaciones, que se habla de ellos, que se va a verles para comprobar si siguen pudiendo brillar de vez en cuando. Saben que dan dinero. Los meten en los grandes teatros y los llevan a los programas de la tele y les dan una, y otra, y otra oportunidad, porque llaman la atención y atraen público nuevo. Y les da igual que ese público nuevo entre de primeras al flamenco, y entre, y pague, sí, pero entre creyendo que es una cosa de juerguistas noctámbulos y drogadictos y ya no se le quite ese prejuicio de la cabeza. A los programadores de conciertos y a los que gestionan los medios de comunicación eso les da igual, porque la inmensa mayoría de los que mueven la cultura desde arriba no tienen ningún interés por la cultura, ni sienten ningún amor por el flamenco, y les da igual destruirlo, desvalorizarlo y dañarlo con tal de seguir moviendo la maquinaria de dinero, y en fin, nosotros, el pueblo, la masa, miles y millones de personas dejándonos llevar por la maquinaria, les seguimos el juego y ponemos la tele y vamos a los conciertos.
Y eso, amigos y amigas, es lo único que nosotros podemos cambiar. Yo personalmente voy a tratar de explicarle a todas y a cada una de las personas que crean en el mito del duende cómo funciona el genio artístico realmente. Voy a explicarles que el talento no riñe con el trabajo y con la disciplina, que la espontaneidad y la disciplina están ubicadas en zonas diferentes del cerebro y que cuanto más grande tienes la una, no tiene porque ser la otra más pequeña, no se quitan espacio, es más, forman parte de redes neuronales comunes que se hacen crecer las unas a las otras. Y ahí están los grandes genios trabajadores y disciplinados, que los hay, miles y miles y miles de ellos, tan geniales como los otros, pero que respetan más a su público y a su música. Y, sobre todo, más allá de explicar y discutir, lo que no voy a hacer es pagarle una entrada a un artista que me ha faltado al respeto subiendo prácticamente inconsciente a un escenario. No voy a reforzarle ni a premiarle esa conducta. Puedo darle una oportunidad unos años después, si veo que se ha redimido. Pero así, de buenas a primeras, no voy a pagar por ir a ver a quien me ha estafado, a mí, y a unos cuantos miles de personas. Y si el resto del público hiciera lo mismo, si nos respetásemos un poquito más a nosotros mismos, y dijéramos, no, me da igual que pueda hacer algo genial en uno de cada veinte conciertos, no merece la pena, no me respeta, voy a ir a ver a todos esos otros que a veces lo hacen un poquito menos genial, pero que se curran el espectáculo que van a proporcionarme, que no me dan genialidad (o sí), pero desde luego me dan calidad, profesionalidad, amor por lo que hacen. Y yo me quedo con eso antes que con todos esos otros duendes distraídos e irrespetuosos.